lunes, 23 de enero de 2017

Valladolid, Yucatán, México

Después de todas las maravillas que nos ha ofrecido nuestro recorrido por la estado de Quintana Roo, hoy toca dar un paso adelante, dejar las aguas cristalinas atrás para adentrarnos en un nuevo estado mexicano, Yucatán. 
La primera ciudad que visitamos será Valladolid, así que después del ferry Isla Mujeres - Cancún y unas tres horas de autobús llegamos a esta preciosa ciudad colonial, en la que nada más poner el pie sentimos muy buenas vibraciones, y no nos equivocamos, pues quedamos atrapados en ella durante once días.

¿Qué tiene Valladolid para que atrape de esa manera? Pues para nosotros fueron dos cosas importantes, uno el ambiente de la ciudad y otro su gastronomía. Con ambiente nos referimos a que es una ciudad muy pequeña, de echo se puede ir caminando a cualquier lado, pero el tamaño no le quita la vida, el gentío. Entre bajitas y coloridas casas coloniales, los vallisoletanos madrugan para salir a las calles, ya sea a trabajar o comprar, desde primera hora de la mañana uno se siente entretenido entre las voces que nos llaman para comprar comida, o los altavoces de las tiendas desde los que promocionan las ofertas de ropa en directo. Cada calle es un espectáculo de movimiento y sonido que ofrece una alegría peculiar a la ciudad. Justo en el centro de Valladolid se encuentra la plaza principal, un gran parque con bancos, jardines y puestecitos de dulces donde descansar o sentarse a pasar la tarde. Al un lado del parque la gran catedral de la ciudad, al lado opuesto un mercado de artesanías donde se venden sobretodo textiles y máscaras.

 Los vestidos típicos yucatecos nos parecieron muy bonitos, son todo blanco y con bordados florales hechos a mano. De hecho, las mujeres más tradicionales todavía visten con estos atuendos, así como también nos sorprendió que se usa el antiguo idioma Maya para comunicarse. Desde nuestra ignorancia pensábamos que el Maya sería una lengua muerta, o solo hablada en pequeñas aldeas en la selva, apartados de las grandes urbes, pero nos emocionó saber que la cultura maya se mantiene viva en su propia lengua.
Al lado del mercado de artesanías encontramos el bazar municipal, un conjunto de puestos de comida y joyerías que no debéis perderos si pasáis por Valladolid, pues esta ciudad tiene gran fama dentro del país por su gastronomía. Y como para nosotros no hay mejor placer que el de un plato delicioso, durante los once días que estuvimos en Valladolid probamos todos y cada uno de los platos más famosos. La cochinita pibil es el plato estrella, se trata de carne de cerdo guisada con achiote y naranja agria, envuelta en hoja de plátano y cocido en horno de tierra, ¿no se os hace la boca agua? Pues lo más popular es tomarla en desayuno (si, si, a lo bestia), pero como la sirven todo el día nosotros preferíamos pedirla para comer. A parte de este plato, la cocina yucateca incluye el mole poblano, pollo en salsa de chocolate y chile; pavo en escabeche oriental, el relleno negro, mezcla de pavo, cerdo y huevo cocido en una sopa de chile tostado; la longaniza asada, sopa de lima además de los famosos salbutes, torta de maíz frita con pavo, vegetales y aguacate encima. Así podéis imaginar que cada vez que nos tocaba ir a comer era toda una fiesta. También es verdad que todo el centro de la ciudad está lleno de bonitos y lujosos restaurantes, pero a nosotros nos va más lo local (y lo baratito), pues pensamos que donde comen los del lugar es donde está más rico.


Cerca de donde nos hospedamos está la calle de los frailes, un acceso directo del centro de la ciudad al convento de San Bernardino, en el tranquilo y agradable barrio del Sisal, es uno de los primeros conventos construidos tras la conquista española, y por cierto esta muy bien conservado.

En este convento nos tocó vivir dos experiencias totalmente diferentes. Un de ellas es el impresionante espectáculo de luz y sonido que cada noche se representa sobre sus murallas, explicando la historia de la ciudad desde sus raíces mayas, pasando por la conquista y la guerra de castas, hasta la ciudad que es hoy en día. La segunda experiencia nos sorprendió un poco más, y esta vez de forma negativa, vivimos el día de la Virgen de Guadalupe, donde asistimos a una misa en el parque adjunto al convento, allí fuimos testigos de una de las mayores manipulaciones que jamás hayamos escuchado.


 Cabe decir que aún no siendo nosotros personas de adorar a ningún Dios, respetamos todas las religiones y a sus seguidores, pues cada uno tiene derecho a creer en lo que quiera. Lo que si rechazamos son las injusticias y la manipulación de un pueblo para cualquiera sea su fin. En esta misma se explicó que a los pocos años de llegar los españoles, la Virgen María se le apareció a un indígena llamado Juan Diego (el nombre ya nos parece poco indígena) y se le reveló como la madre de Jesús, su Dios, y le dijo que todos debían adorarla. Durante toda la misa una gran pintura de la Guadalupe estaba colocada en el altar y como prueba de esta historia se nos contó que una de las manos de la Santa era negra y la otra blanca, símbolo de mestizaje; y que estás no estaban en posición de rezo, si no tocando un instrumento maya y ella estaba bailando, pero que como estábamos colocados lejos de la imagen todo esto no lo podíamos apreciar. Esta historia nos pareció un insulto a las raíces del pueblo mexicano y no entendimos como después de más de quinientos años la imposición del catolicismo sigue manipulando a quienes ya tenían sus propios dioses. Nos costó creer que nadie se cuestionara las palabras del cura. Descubrimos cuanta es la fe que tiene este país en Jesucristo cuando nos cuentan las procesiones de los antorchistas, personas que viajan corriendo o en bicicleta desde cualquier parte de México hasta la Basílica de Guadalupe en el D.F portando antorchas como señal de la luz de Dios. Fue todo un espectáculo del que salimos resignados.
Otro de los atractivos de la ciudad es su mercado, donde uno puede conseguir cualquier cosa que necesite, desde fruta y verdura hasta ropa y calzado. Cerca de este mercado se encuentra el cenote Zací, un enorme agujero en medio de la ciudad en el que por 30 pesos (1,5€) se puede pasar la mañana chapoteando en sus aguas azules, siendo mordisqueado por sus pececillos o saltando desde una base de unos ocho metros de altura.

  Uno de las cosas que más nos gusta de México y que se refleja muy bien en Valladolid es la cantidad de actividades culturales que se hace en la calle para el disfrute de la población. 
Como ya nos tocó vivir en Playa del Carmen aquí también disfrutamos del Domingo Familiar que se celebra cada fin de semana en la plaza principal, donde se puede disfrutar desde un baile popular con banda en directo (trova yucateca y cumbia son los ritmos principales) hasta entretenidos espectáculos circenses como payasos y malabares, sin olvidar los puestos donde se ofrecen artesanías locales, dulces, bebidas frutales y algo de comida para picar. Además, como ya se acercaban las Navidades, cada día había algo que animaba el espíritu, como carrozas, bailes infantiles, batucada y villancicos por todas partes, además de muchos actos benéficos para recaudar juguetes para los niños necesitados. 
Así, disfrutando el día a día de la ciudad y sus alrededores conseguimos sentirnos parte de esta agradable y acogedora ciudad colonial.

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2 comentarios:

  1. Que bonito y que bien explicado como si lo hubiésemos vivido nosotros

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  2. Es una ciudad que nos enamoró. Nos alegramos de poder transmitirlo como tal y que podáis vivirla como nosotros. un beso.

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