Entre Chiapa de Corzo y San Cristóbal de las Casas hay tan
solo una hora en colectivo, pero la diferencia en altitud es impresionante,
pues la carretera no hace más que subir y subir hasta alcanzar algo más de dos
mil metros sobre el nivel del mar. En San Cristóbal, coincidimos con nuestro
amigo Mariano de Barcelona, quien nos esperaba para darnos alojamiento en el
mismo lugar que él se hospedaba, un hostal tranquilo, económico y con cocina
comunitaria, tenía todo lo que a nosotros nos gusta.
Ya instalados Mariano nos enseñó los lugares más
interesantes de la ciudad y día a día fuimos descubriendo nosotros mismos
rinconcitos y callejones de pinturero aire, pues San Cristóbal es una bonita y
pequeño ciudad colonial, donde sus casitas de colores, mercados, docenas de
iglesias y la mezcla entre lo tradicional de la zona y los restaurantes y
tiendas de última moda neo-hippie, se cuelgan de las colinas convergiendo en un
impresionante valle de sonidos, colores y olores. A lado y lado de la ciudad,
dos bonitas iglesias en la cima de dos cerros ofrecen increíbles vistas aéreas
del valle y dejan ver las altas montañas que la rodean.
Y es que en San Cristóbal hay de todo, para todos los
gustos, empezando por la concurridísima calle Real de Guadalupe con sus tiendas
de delicados diseños en ropa y artesanías, restaurantes de comida internacional (japonesa, libanesa, argentina)
o de originales recetas veganas, a pasando por el mercado de la ciudad donde
uno puede encontrar cualquier tipo de producto local, desde medicina natural,
frutas y verduras, carnes y pescados, hasta ropa local y artículos del hogar.
Justo al lado de este mercado se encuentra el mercado de artesanías,
dónde indígenas procedentes de comunidades en las montañas bajan a vender todo
tipo de trabajos hechos a mano, bisutería, ropa, decoración a cuál más colorida
y mejor elaborada. Es tanta la variedad y belleza de la producción artesanal
indígena que uno puede pasar horas y horas perdido en estos mercados viendo
todo tipo de artículos desconocidos para nuestros ojos.
Entre el mercado de artesanías y la imponente catedral de la
ciudad se encuentra una de las calles más ajetreadas de la ciudad, 20 de
Noviembre, donde uno puede salir a tomar mezcales o tequilas, un chocolate
caliente, visitar una de sus panaderías y pastelerías o comprar algo de ropa.
En cuanto a la gente que vive en esta ciudad existe una
mezcla cultural que hace que tenga un ambiente muy especial, ya que conviven
habitantes de la propia ciudad, indígenas de las montañas de origen Chamula con
sus ropas tradicionales y montones de europeos que llegaron a este lugar y se
quedaron atrapados por su belleza o su carácter revolucionario.
Y es que esta ciudad es uno de los lugares más
representativos de la lucha obrera chiapaneca, que en 1994 alzó a los campesinos
indígenas en contra del gobierno en una revolución comunista liderada por el
ejército Zapatista de Liberación Nacional, para reclamar la falta de derechos
que han llevado a Chiapas a ser un estado de segunda clase para el gobierno
mexicano. Por este motivo en San Cristóbal se encuentra un elevado número de
centros sociales, ateneos, teatros, donde uno puede disfrutar de todo tipo de
conferencias, conciertos y proyectos destinados a la lucha contra el
capitalismo e intentando generar un sociedad más justa e igualitaria. Así que
dedicamos los siete días que estuvimos por allí a dejarnos llevar, a perdernos
por sus bonitas calles, a conocer su rica gastronomía local e internacional, a investigar
sobre proyectos sociales y voluntariados y a vivir la magia que este bonito
lugar desprende.
Aunque también es cierto que nuestro carácter explorado nos
hizo salir a conocer los alrededores de la ciudad, por lo que fuimos a algunos
lugares que se pueden visitar en una mañana, que tienen un gran interés natural
o cultural.
Entre todas las actividades y lugares a recorrer cerca de
San Cristóbal tuvimos que descartar algunas, como las Grutas del Mamut o el
Arcotete, y elegir otras como las Grutas de Rancho Nuevo, las aldeas indígenas de
San Juan Chamula y Zinacantan o el caracol zapatista de Oventik, pues ni el tiempo
ni el dinero dan para conocer todo lo que este paraíso ofrece.
Sobre las aldeas indígenas y el caracol zapatista hablaremos
en otros post más adelante, así que ahora vamos a visitar las Grutas de Rancho
Nuevo. Este se trata de una reserva ecoturística a unos veinte minutos del
centro de la ciudad, cubierta de altos pinos en toda su extensión y que ofrece
diferentes actividades para pasar un día en familia, desde el mercado de artesanías,
salto de tirolesa, rutas a caballo, un enorme y divertidísimo tobogán que
recorre la ladera de la montaña, un pequeño museo sobre las grutas y la vestimenta
típica de los habitantes de esta zona, hasta el atractivo principal, por el que
nosotras estábamos allí, que son las mismas grutas.
La entrada fueron unos 20 pesos (1€) que dan directo a
recorrer los dos kilómetros desde la entrada hasta el fin del andador
turístico. Durante este recorrido, siempre cuesta abajo introduciéndonos en las
profundidades de la tierra, se puede apreciar formaciones como estalactitas y
estalagmitas, algunas cascadas de piedra pequeñitas y un montón de raras formas
que las piedras generan al azar en el correr del agua durante los años.
Una vez
en el final del recorrido, se ofrece la posibilidad de pasar a una zona más
profunda y menos explorada, donde ya no hay andador, ni luz, ni barandilla, si
no que se explora sobre un camino de tierra a oscuras, iluminados, únicamente,
con las linternas que te proveen, bajo la supervisión de un guía y protegidos con
cascos para los coscorrones. Sonaba todo un entorno así que decidimos hacerla.
Durante los siguientes trescientos metros se nos explicó todo tipo de
curiosidades sobre las formaciones de las cavernas, como que crecen un
centímetro cada diez años y que si los tocásemos, la grasa que desprende
nuestra piel haría que los minerales dejasen de adherirse y estos dejan de
crecer, o por ejemplo que nadie ha podido hacer todo el recorrido, pues algunos
trozos están inundados y en otros es tan profundo que el oxígeno no llega a
entrar, y debido a la falta de financiación del gobierno la inversión en
naturaleza es escasa. También nos explicaron que los minerales que forman las
formaciones crean en el interior de ellas bloques de cuarzo y así pudimos
comprobar en algunos que estaban rotos y a los que colocando las linternas se
ilumina por dentro.
El coste de este tramo es de 35 pesos, que recomendamos pagar,
pues la información que uno recibe y las formaciones del tramo merecen la pena,
eso sí, si tienes mido a la oscuridad o a deslizarte por lugares estrecho o
bajitos, esta actividad tiene mucho de las dos.
Una de las experiencias más
incomodas pero a la vez muy interesante que hicimos fue apagar todas las
linternas una vez dentro de la caverna durante unos minutos para poder disfrutar de la oscuridad
absoluta. No ves ni si quiera una sombra, lo que te hace sentir muy inseguro y
a la vez muy curioso, pues uno puede sentir momentáneamente lo que es no ver, no guiarse por la proximidad de los objetos, no saber quien hay al lado, o que. Si uno respira profundamente puede sentir olores o ruidos mucho más intensos.
Rancho Nuevo también cuenta con muchos restaurantes donde disfrutar
de comida típica chiapaneca, aún y así nosotros preferimos volver a San Cristóbal
e ir al mercado en busca de deliciosos manjares tradicionales como el mole
(salsa de chocolate y chile, además de otras muchas especias, servida con pollo
y arroz) o el caldo de res o pollo. En nuestro último día en San Cristóbal de
las Casas visitamos el museo Na Bolom, antigua casa del arqueólogo Frans Blom y
su esposa Gertrude Duby Blom, fotógrafo documental, periodista y pionero en
aventurarse en la selva Lacandona y estudiar a sus habitantes. Su trabajo ha
sido plasmado en un interesante proyecto creado para dar a conocer a los
Lacandones y sus tradiciones, a través de fotografías, objetos obtenidos en la
selva y un audiovisual explicativo.
A pesar del frio y de las calles demasiado turísticas, San Cristóbal
de las Casas es de esos lugares en los que uno se siente cómodo, dónde apetece
pasear un día más, dónde uno nunca se aburre, pues hay muchísimo que hacer.
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