sábado, 15 de abril de 2017

Comitán de Domínguez, Chiapas, México

A Comitán de Domínguez habíamos llegado con el propósito de visitar dos sitios cercanos, las Lagunas de Montebello y las Cascadas del Chiflón, lo que no esperábamos fue un pueblo encantador. Considerado pueblo mágico del estado de Chiapas, un lugar tranquilo de empinadas cuestas, situado en la cima de una colina, sitio donde visitar algunas iglesias, pero principalmente dejarte atrapar por su delicadamente cuidada plaza central.


Más que lugares que visitar, Comitán es una de esas ciudades donde dejarse llevar por la amabilidad de sus gentes, que te saludan al pasar, callejear entre la belleza de su arquitectura y probar platos típicos con una temperatura suave en el día pero gélida por la noche. Parecía que éramos los únicos turistas extranjeros en la ciudad, o güero como en México llaman a la gente de piel blanquita (sobretodo a MJ), pasamos unos días disfrutando de este lugar tan original y agradable.


La primera excursión que hicimos fue a las Lagunas de Montebello, un Parque Nacional de seis mil hectáreas y con más de 50 lagos y lagunas donde el principal atractivo es el color de sus aguas, que comprenden desde el verde al turquesa, pasando por una amplia gama de tonos e intensidades. Desde la ciudad tomamos un colectivo para llegar a Montebello, que duró una hora y media, pero se nos hizo fugaz, pues coincidimos con un indio Lacandon que nos explicó de su pueblo y tradiciones. Los indios Lacandones son los mayas más antiguos, aquellos que durante la conquista se escondieron en la selva, aprendieron a vivir en tan salvaje entorno y han conservado la pureza de su raza hasta la actualidad. Nos contó que su pueblo se encuentra a tres días caminando hacia el interior de la selva Lacandona, que se alimentan de lo que les da la naturaleza, son crudívoros, y que él, con más de cincuenta años, es el más joven de su estirpe, no habiendo mujer fértil con la que poder reproducirse, por lo que saben que en pocos años estarán extinguidos. La verdad es que nos dejó con muchas ganas de visitar las comunidades Lacandona del este de Chiapas, pero nuestro camino era otro, así que lo dejamos como un lugar interesante para visitar en el futuro.
Una vez llegamos a los lagos de Montebello el colectivo nos dejó en medio de la carretera, en la bifurcación que divide las dos zonas del Parque Nacional, una gestionada por la comunidad indígena que habita este lugar y la otra por el gobierno de Chiapas. Nos decidimos a visitar primero la zona que gestiona el gobierno, es decir, los lagos Esmeralda, Encantada, Bosque Azul, Ensueño y Agua Tinta.


Los lagos se visitan siguiendo una carretera con pequeños senderos que se adentran en cada uno de ellos, así que preparaos para caminar mucho, a no ser que queráis gastar los 400 pesos (20€) que cuesta un tour en taxi. La ventaja es que en esta zona las distancias entre lago y lago no son muy largas, así que no supone un esfuerzo inaceptable. Quedamos prendados de la belleza del lugar, pues las limpias aguas de las lagunas reflejan en sus tonos azulados o verdosos los pinares que los rodean y las pocas nubes que se iban acercando.


En uno de los puntos de la carretera hay un desvío a un camino de tierra donde, después de unos dos kilómetros, se llega a una preciosa gruta atravesada por un riachuelo, decorada con estalactitas y grandes rocas.
Una vez visitada la zona que gestiona el gobierno queríamos visitar la otra parte pero nos dimos cuenta que estábamos lejos de la bifurcación, pues llevábamos un buen rato caminando y parecía que éramos los únicos visitantes, pues no se veía a nadie ni caminando ni en taxi, tuvimos la suerte de ver una camioneta de mantenimiento del parque a la que pedimos si podía acercarnos a la entrada, el señor accedió con la condición de que viajáramos en la zona de carga de la camioneta, toda una experiencia sentir el aire con olor a pino y los saltos de los baches de la carretera.
Desde la entrada hasta el primer lago de la segunda zona, llamado como el propio parque, Montebello, nos arrepentimos de ir caminando, pues lo esperábamos más cercano y ya estábamos algo cansados. Al llegar comenzamos a ver una nube gigante que encapotaba el cielo y comenzaba a chispear, situación que empeoró a lo largo de la visita a los siguientes lagos. Esto hizo que la luz no entrara en el agua y los lagos no reflejarán sus verdaderos colores, además de que empezó a hacer algo de frío, así que decidimos viajaremos colectivo a los siguientes lagos (10 pesos por viaje, 0,5€) y seleccionamos los lagos que más nos interesaban, pues el clima no nos dejaría verlos todos. El lago de Montebello es un enorme espacio rodeado de pinos, aguas azules y, como ya hemos explicado, gestionado por la comunidad, ofreciendo servicios de comida, caminatas por los senderos, paseos a caballo o alquiler de lanchas.


En la entrada se pagan 25 pesos (1,25€) que te da acceso a todos los lagos gestionados por esta comunidad. Como el tiempo empeoró decidimos saltarnos los lagos más pequeños y visitar Tziscao, una población indígena a pie de un gran lago justo en la frontera con Guatemala.


Calles sin asfaltar, cabañas de madera en mitad de la selva con grandes patios donde había gallinas libres junto a columpios para niños, un espacio natural donde el tiempo parece transcurrir a una velocidad más lenta.


La pena fue que el clima estaba cada vez peor, así que una vez visitado el lago y la aldea buscamos un lugar donde comer, y a pie de carretera encontramos un rústico restaurante donde una amable mujer cocinaba en la calle con cocina de leña deliciosos platos típicos de la región. Nos dimos un festín con un plato a base de queso y chorizo cocinado a fuego y acompañado de arroz y ensalada.
Esperamos que si alguno de vosotros visitáis los lagos tengáis más suerte con el clima, pues dicen que las lluvias en esta zona de monte son muy comunes. Nosotros esperamos volver algún día y verlos a plena luz del sol.
La segunda excursión que hicimos desde Comitán fueron las Cascadas del Chiflón, en unos cuarenta minutos, aproximadamente, con un colectivo que sale desde el Boulevard de la ciudad. El transporte nos dejó en la carretera y de ahí había dos opciones para recorrer los dos kilómetros que hay hasta la entrada, caminando o en tuk-tuk, así que como somos deportistas…ya sabéis por cual optamos. Una vez en la entrada uno se encuentra con un museo sobre las cascadas, su geología, flora, fauna y quienes las han habitado históricamente. Un poco más adelante una sala de cine en la que reproducen un documental que no pudimos ver, y no podemos contar sobre que trataba, porque no coincidimos con el horario y una zona dónde tres enormes iguanas viven tranquilamente cerca del río. Tras pagar una entrada de 30 pesos (1,5€) empezamos a caminar por un sendero que nos dejó maravillados, pues iba serpenteando la orilla de un río de aguas turquesa, que fluía entre el denso bosque selvático.


A orilla del río había zonas de barbacoa organizadas en pequeños merenderos, justo en la zona más tranquila y profunda para que los visitantes pudieran bañarse. Nosotros veníamos un poco resfriados por el drástico cambio de clima que hay entre el día y la noche en Comitán, así que decidimos pasar del baño y seguir conociendo la zona por el sendero. A cada lado del río había cabañas y zonas para acampar para quiénes quisieran pasar la noche en tan idílico lugar. Durante dos kilómetros el río va formando todo tipo de cascadas que caen con fuerza en pozas que relucen turquesas hasta llegar al punto fuerte de la excursión, la cascada del Velo de Novia, una caída de agua de ciento veinte metros que al impactar con una roca se abre formando un majestuoso velo.


Para poder verlo más cerca, sobre una cima hay un mirador, eso si, no se puede estar mucho tiempo porque uno acaba totalmente mojado por las salpicaduras del agua. Desde la base de la cascada hay tres opciones para seguir con el recorrido; bajar en tirolesa sobrevolando el río, previo pago de unos 300 pesos (15€), volver caminando por donde se ha venido, o aventurarse por un camino mucho menos acondicionado, de sufridas pendientes, que lleva a la cima de la cascada Velo de Novia y a poder conocer a su prima pequeña, la Quinceañera.


Nosotros decidimos llegar al punto más alto y la verdad es que lo recomendamos, pues se van viendo tras pequeños miradores, fragmentos de los ciento veinte metros de la gran cascada, y una vez arriba uno descubre el porqué del nombre de cascada Quinceañera. En México existe la tradición de que cuando las jóvenes cumplen sus quince años se les hace una gran fiesta en la que se visten con lujosos vestidos parecidos a trajes de princesas de cuento, y en la que se invita a muchas personas de su entorno social con el motivo de presentar a la chica en sociedad, y darla a conocer para interesados pretendientes en busca de una esposa con la que ser casados. Pues bien, esta cascada es igual a la forma de la falda del vestido de una Quinceañera, una gran falda, estrecha en la cintura que se ensancha en su caída, además de las vistas sobre el valle y recorrido del río, sus cascadas y pozas.


Tras todo este camino, cuatro kilómetros de bajada nos esperaban hasta llegar al restaurante más cercano, ¡que hambre teníamos!

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