viernes, 12 de mayo de 2017

Oventik, Chiapas, México

Desde que estamos en el estado de Chiapas, hace ya varias semanas, no ha parado de llegarnos información sobre el movimiento zapatista. Si bien sabíamos de su existencia antes de emprender este viaje, no conocíamos más que la parte histórica, aquella revolución de la que tanto se hablaba en los años noventa, pero que internacionalmente hablando parece haber quedado en el olvido.
Hablando con la gente local que nos hemos ido cruzando en el camino fue cuando empezamos a conocer sobre la situación actual del zapatismo, nos contaban sobre su organización en caracoles (núcleos independientes donde se viva en comunidad auto gestionada y donde se llevan a cabo las decisiones sobre la zona a la que pertenecen.) aunque nos avisaron de que era un lugar poco turístico, la curiosidad nos llevó a conocer el caracol más cercano a San Cristóbal de las Casas, Oventik.

Antes de tomar el taxi que nos llevaría al caracol, pasamos por el mercado para comprar algo de despensa, pues nos habían advertido que era requisito indispensable para poder acceder. Así que con frijoles y arroz en una bolsa, tomamos el taxi que tras más de una hora por estrechas carreteras de infinitas curvas nos dejaría en medio de la nada, junto a una valla que decía: “está usted en territorio zapatista, aquí el pueblo ordena y el gobierno obedece.”

Al acercarnos a la valla un hombre con pasamontañas nos observada, le saludamos y le explicamos que veníamos a conocer el caracol, a lo que nos contestó que teníamos que esperar. Entró en una caseta y nosotros esperamos observando todo lo que ocurría a nuestro alrededor, pues todo el mundo iba con la cara cubierta, bien con pasamontañas o con pañuelos sobre la nariz. Al rato volvió el hombre acompañado por otro encapuchado, portando una libreta para hacernos una entrevista, comenzó por preguntarnos nuestros nombres y apellidos, lugar de residencia, ocupación y motivo de la visita y si era nuestra primera vez. Tras dar todas las respuestas el hombre volvió a su caseta y el otro se quedó en su puesto de vigilancia, no pidieron que esperásemos otra vez. Y es que en los caracoles zapatistas todo se decide por asamblea, así que nos tocó esperar para ver el resultado frente a nuestra petición de conocer el lugar.
Al rato de esperar, dos mujeres con pañuelo tapándoles la cara abrieron la puerta y con las manos nos hicieron señas para entrar. Sobre los frijoles y el arroz que ofrecimos durante el proceso, nos dijeron que no les está autorizado recibir nada, así que ya sabéis, si algún día vais a visitar Oventik, id con las manos vacías, el corazón abierto y la pila de la paciencia bien cargada.

Las dos mujeres comenzaron a caminar por una empinada cuesta abajo, murmurando entre ellas. Nadie nos había dicho lo que debíamos hacer y aunque no nos habían dado ninguna instrucción, nosotros las seguimos, pues después de todo el proceso para dejaros entrar no esperábamos que nos dejaran caminar libremente por el caracol. Con algo de tensión en el ambiente, anduvimos unos doscientos metros, mirando medio de reojo las docenas de casetas de madera, pintadas con motivos revolucionarios referentes al zapatismo y la revolución cubana. Al llegar al final de la calle, las dos mujeres señalaron un gran edificio alargado y con un acento que nos costó entender nos comunicaron que estábamos ante el colegio de secundaria. Intentamos hacer algunas preguntas para que nos explicaran un poco sobre el sistema educativo del caracol, pero no conseguimos casi nada. Parecía que una de las mujeres no entendía ni hablaba español y la otra solo contestaba con las respuestas más breves posibles, la mayoría de las ocasiones con monosílabos. De lo poco que entendimos en la pésima comunicación, dedujimos que nos estaba permitido hacer fotografías, pero no entrar a ningún lugar.

Paseamos por el patio de la escuela y la cancha de baloncesto situada en su centro, disfrutando de los murales pintados por doquier, algunos con imágenes del Che Guevara o Emilio Zapata, otros dedicados al Ejercito Zapatista de Liberación Nacional y muchos pintados por artistas de otros países que han visitado el lugar apoyando dicha revolución.
Al rato de pasear por la escuela las mujeres nos hicieron señas con la intención de que les siguiéramos de vuelta a la entrada. Esta vez sí, nos sabíamos algo más confiados y fuimos preguntando por cada una de las casetas o edificios que encontrábamos en el camino. Ellas solo se limitaban a decir la función de cada lugar, y dada la situación, nos dimos por satisfechos.
Pues entre otros edificios, pasamos por varios ateneos, cooperativas de mujeres para el trabajo de las artesanías y algunas tiendas donde las vendían para financiar el caracol, un gran hospital con ambulancia y servicio de urgencias, la Casa del Buen Gobierno, donde se toman las decisiones en asamblea, la oficina de la mujer y algunos lugares más que no supimos descifrar que eran. En ninguno de ellos faltaba una bonita pintura, una frase revolucionaria, una dedicatoria a las tareas de la revolución.

La visita se hizo corta, pues el caracol es pequeño y la gente que allí vive no se presta a conversar, así que en poco tiempo estábamos de nuevo saliendo por la verja donde el señor encapuchado se despedía secamente de nosotros.
Del otro lado de la carretera había un par de tiendecitas más, la escuela de primaria y un pequeño restaurante donde servían bebidas y algunos tacos. Pedimos permiso para visitarlos también.

Sobre la organización del caracol, nos informamos más tarde al llegar a San Cristóbal de las Casas, donde nos explicaron, además de los conocidas tomas de decisiones asamblearias, que todos trabajaban en todo, por turnos en diferentes periodos de tiempo y que el Buen Gobierno iba cambiando cada semana y lo podía formar cualquier persona que habitase en el caracol.

Tomamos un taxi de vuelta a San Cristóbal, con un sabor agridulce, por una parte nos alegramos de haber podido visitar tan interesante lugar, y nos encantó que en México se permitiera la existencia de los caracoles, lugares auto gestionados donde se permite a sus habitantes vivir de acuerdo a sus ideas. Por otra parte, el sabor amargo de no haber podido conocer más, o comprender, pues es una comunidad muy cerrada, cosa que entendemos pues deben mantenerse firmes si no quieres que el capitalismo ente por su valla. Pero el peor sabor quedo cuando uno conoce la historia, pues entristece saber que todavía hay pueblos que necesitan un alzamiento militarizado para que se les respete sus derechos básicos por parte de los gobiernos y que hoy en día tengan que vivir en el anonimato y la marginalidad simplemente por creer en un sistema publico social diferente al impuesto globalmente.

Aunque nunca nos escuchareis apoyar ningún tipo de violencia, sí que entendemos la parte de la revolución referente a la represión del pueblo indígena, y a la lucha por unos ideales que aunque suenan algo utópicos, Oventik demuestra que al menos en pequeña esencia funcionan, y para nuestra sorpresa, mucho mejor de lo que esperábamos.

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