Desde que estamos en el estado de
Chiapas, hace ya varias semanas, no ha parado de llegarnos información sobre el
movimiento zapatista. Si bien sabíamos de su existencia antes de emprender este
viaje, no conocíamos más que la parte histórica, aquella revolución de la que
tanto se hablaba en los años noventa, pero que internacionalmente hablando
parece haber quedado en el olvido.
Hablando con la gente local que
nos hemos ido cruzando en el camino fue cuando empezamos a conocer sobre la
situación actual del zapatismo, nos contaban sobre su organización en caracoles
(núcleos independientes donde se viva en comunidad auto gestionada y donde se
llevan a cabo las decisiones sobre la zona a la que pertenecen.) aunque nos
avisaron de que era un lugar poco turístico, la curiosidad nos llevó a conocer
el caracol más cercano a San Cristóbal de las Casas, Oventik.
Antes de tomar el taxi que nos
llevaría al caracol, pasamos por el mercado para comprar algo de despensa, pues
nos habían advertido que era requisito indispensable para poder acceder. Así
que con frijoles y arroz en una bolsa, tomamos el taxi que tras más de una hora
por estrechas carreteras de infinitas curvas nos dejaría en medio de la nada,
junto a una valla que decía: “está usted en territorio zapatista, aquí el
pueblo ordena y el gobierno obedece.”
Al acercarnos a la valla un
hombre con pasamontañas nos observada, le saludamos y le explicamos que
veníamos a conocer el caracol, a lo que nos contestó que teníamos que esperar.
Entró en una caseta y nosotros esperamos observando todo lo que ocurría a
nuestro alrededor, pues todo el mundo iba con la cara cubierta, bien con
pasamontañas o con pañuelos sobre la nariz. Al rato volvió el hombre acompañado
por otro encapuchado, portando una libreta para hacernos una entrevista,
comenzó por preguntarnos nuestros nombres y apellidos, lugar de residencia,
ocupación y motivo de la visita y si era nuestra primera vez. Tras dar todas
las respuestas el hombre volvió a su caseta y el otro se quedó en su puesto de
vigilancia, no pidieron que esperásemos otra vez. Y es que en los caracoles
zapatistas todo se decide por asamblea, así que nos tocó esperar para ver el
resultado frente a nuestra petición de conocer el lugar.
Al rato de esperar, dos mujeres
con pañuelo tapándoles la cara abrieron la puerta y con las manos nos hicieron
señas para entrar. Sobre los frijoles y el arroz que ofrecimos durante el
proceso, nos dijeron que no les está autorizado recibir nada, así que ya sabéis,
si algún día vais a visitar Oventik, id con las manos vacías, el corazón
abierto y la pila de la paciencia bien cargada.
Las dos mujeres comenzaron a
caminar por una empinada cuesta abajo, murmurando entre ellas. Nadie nos había
dicho lo que debíamos hacer y aunque no nos habían dado ninguna instrucción,
nosotros las seguimos, pues después de todo el proceso para dejaros entrar no
esperábamos que nos dejaran caminar libremente por el caracol. Con algo de
tensión en el ambiente, anduvimos unos doscientos metros, mirando medio de
reojo las docenas de casetas de madera, pintadas con motivos revolucionarios referentes
al zapatismo y la revolución cubana. Al llegar al final de la calle, las dos
mujeres señalaron un gran edificio alargado y con un acento que nos costó
entender nos comunicaron que estábamos ante el colegio de secundaria.
Intentamos hacer algunas preguntas para que nos explicaran un poco sobre el
sistema educativo del caracol, pero no conseguimos casi nada. Parecía que una
de las mujeres no entendía ni hablaba español y la otra solo contestaba con las
respuestas más breves posibles, la mayoría de las ocasiones con monosílabos. De
lo poco que entendimos en la pésima comunicación, dedujimos que nos estaba
permitido hacer fotografías, pero no entrar a ningún lugar.
Paseamos por el patio de la escuela
y la cancha de baloncesto situada en su centro, disfrutando de los murales
pintados por doquier, algunos con imágenes del Che Guevara o Emilio Zapata,
otros dedicados al Ejercito Zapatista de Liberación Nacional y muchos pintados
por artistas de otros países que han visitado el lugar apoyando dicha
revolución.
Al rato de pasear por la escuela
las mujeres nos hicieron señas con la intención de que les siguiéramos de
vuelta a la entrada. Esta vez sí, nos sabíamos algo más confiados y fuimos preguntando
por cada una de las casetas o edificios que encontrábamos en el camino. Ellas
solo se limitaban a decir la función de cada lugar, y dada la situación, nos
dimos por satisfechos.
Pues entre otros edificios,
pasamos por varios ateneos, cooperativas de mujeres para el trabajo de las artesanías
y algunas tiendas donde las vendían para financiar el caracol, un gran hospital
con ambulancia y servicio de urgencias, la Casa del Buen Gobierno, donde se
toman las decisiones en asamblea, la oficina de la mujer y algunos lugares más
que no supimos descifrar que eran. En ninguno de ellos faltaba una bonita
pintura, una frase revolucionaria, una dedicatoria a las tareas de la
revolución.
La visita se hizo corta, pues el
caracol es pequeño y la gente que allí vive no se presta a conversar, así que
en poco tiempo estábamos de nuevo saliendo por la verja donde el señor
encapuchado se despedía secamente de nosotros.
Del otro lado de la carretera
había un par de tiendecitas más, la escuela de primaria y un pequeño restaurante
donde servían bebidas y algunos tacos. Pedimos permiso para visitarlos también.
Sobre la organización del
caracol, nos informamos más tarde al llegar a San Cristóbal de las Casas, donde
nos explicaron, además de los conocidas tomas de decisiones asamblearias, que
todos trabajaban en todo, por turnos en diferentes periodos de tiempo y que el
Buen Gobierno iba cambiando cada semana y lo podía formar cualquier persona que
habitase en el caracol.
Tomamos un taxi de vuelta a San Cristóbal,
con un sabor agridulce, por una parte nos alegramos de haber podido visitar tan
interesante lugar, y nos encantó que en México se permitiera la existencia de
los caracoles, lugares auto gestionados donde se permite a sus habitantes vivir
de acuerdo a sus ideas. Por otra parte, el sabor amargo de no haber podido
conocer más, o comprender, pues es una comunidad muy cerrada, cosa que
entendemos pues deben mantenerse firmes si no quieres que el capitalismo ente
por su valla. Pero el peor sabor quedo cuando uno conoce la historia, pues
entristece saber que todavía hay pueblos que necesitan un alzamiento
militarizado para que se les respete sus derechos básicos por parte de los
gobiernos y que hoy en día tengan que vivir en el anonimato y la marginalidad
simplemente por creer en un sistema publico social diferente al impuesto
globalmente.
Aunque nunca nos escuchareis apoyar ningún tipo de violencia, sí que entendemos la parte de la revolución referente a la represión del pueblo
indígena, y a la lucha por unos ideales que aunque suenan algo utópicos,
Oventik demuestra que al menos en pequeña esencia funcionan, y para nuestra
sorpresa, mucho mejor de lo que esperábamos.
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