¡Hoy nos vamos de aventura en busca
de la famosa bioluminiscencia! Salimos de Puerto Escondido en un colectivo que después
de una hora larga nos deja en el cruce de Zapotalito, allí esperamos que se
llene el taxi que nos llevara al embarcadero, donde tomamos una barca que nos deja
en la isla de Chacahua al otro lado de la laguna, donde una rustica camioneta
nos transporta a todos los que íbamos en la barca, en la parte de atrás, durante
cuarenta minutos más, hasta llegar a nuestro destino. Cuatro transportes
diferentes y más de dos horas necesitamos para llegar a la comunidad de
Chacahua, una pequeña aldea situada en una isla entre el océano pacífico y una laguna
declarada parque nacional, reuniendo un ecosistema único entre playas de arena
fina y manglares de aguas dulces, que crea una flora, pero sobre todo fauna, variada
e impresionante.
A la orilla de la laguna se
desarrolla la vida local, es decir, en las cuatro calles sin asfaltar que
conforman la localidad, es donde se encuentras las casas de los que allí viven
y algunos pequeñas tiendecitas y restaurantes, la mayoría de pescado, el menú varía
según la pesca del día anterior y lo que haya llegado a la isla en esa misma
barca en la que los transeúntes cruzan, traer productos desde tierra firme se
hace muy difícil y costoso.
Hasta llegar a la zona del pueblo
nos encontramos con una zona de tierra seca. Del lado de la playa, alojamientos
muy económicos, cabañas muy sencillas a orilla del mar y zonas para poner una
tienda de campaña, siempre con las tan imprescindibles hamacas, e infinidad de restaurantes
algo más turísticos pues es la zona donde vivimos lo que venimos de visita. El atractivo
de este lugar es la simplicidad de la isla, que la hacen un paraíso de la relajación,
pues más allá de las cuatro cabañas se extiende una ancha y virgen playa de
arena fina, de varios kilómetros donde uno no encuentra más que soledad y el
ruido de las grandes olas del pacifico rompiendo en la arena. De hecho, muchos
surfistas se acercan a este idílico lugar por este mar, para practicar el surf
sin el estrés de Puerto Escondido.
Nosotros nos alojamos en una de
estas cabañitas a orillas del mar, donde por 200 pesos (10€) donde estuvimos
agustísimo. Ese mismo día organizamos todo para poder cumplir nuestro objetivo
en Chacahua, ver la bioluminiscencia. Y así fue, a las 19.00, justo después de
la puesta de sol y a tres horas de que saliera la luna y nos impidiese
disfrutar del espectáculo con el reflejo de su luz, nos esperaba el barquero para
poder rumbo al agua y poder disfrutar de otro increíble fenómeno natural. Después
de remar varios metros y acercarnos a la zona de manglares que con su sombra
proporcionaba una oscuridad adicional a las aguas, empezamos a ver como cada
vez que el barquero hundía el remo en el agua, decenas de puntitos empezabas
a brillar, cual luciérnagas, desde el
agua. Cuanto más nos adentrábamos en la oscuridad, más se reflejaban estos
puntitos de luz, así que como niños metimos manos y pies en el agua y empezamos
a jugar, chapotear, mecer el agua, lanzándola al aire, intentando atrapar
alguna de estas estrellitas en la palma de la mano, para luego dejarla caer
despacito. Solo deseábamos ver todos los efectos que la bioluminiscencia podía provocar.
¿Y esto por qué pasa? Pues aquí
os lo contamos. Se trata de miles de microorganismos, un tipo de plancton, que
pasa del mar a la laguna cuando crece la marea, y aprovecha sus calmadas aguas para
reproducirse fuera de peligro de los depredadores del océano. El hecho de que
se iluminen al tocarlos, removiendo las aguas, es un mecanismo de defensa para
no ser engullidos por otros animales. Y esto es lo que los hace tan especiales
y alucinantes. Eso sí, tener en cuenta que la bioluminiscencia solo se ve en
completa oscuridad y en lugares donde existe esta especia de plancton, así que
si decidís acercaros a Chacahua, aseguraros de verificar la luz lunar antes de
venir.
Aun y así, la bioluminiscencia no es
el único atractivo de este insólito paraíso, y como una de las grandes ventajas
que tiene viajar, las sorpresas, nos encontramos con que podríamos observar
otra de las etapas de unos maravillosos animales que parece que vamos
persiguiendo por todo el camino mexicano. Como ya mencionamos en el post de
Puerto Escondido, en la zona oaxaqueña nacen tortugas durante todo el año, lo
que significa que también hay puesta de huevos durante todo el año. Tras ver la
bioluminiscencia, fuimos a nuestra cabaña a coger nuestras linternas para poder
pasear por la playa en busca de este animal en este maravilloso momento. Así
que alumbrando nuestro camino y con cuidado de no molestar demasiado (bastante
tienen ellas con la faena de poner los huevos), nos pusimos a caminar por la
playa en busca de alguna tortuga. Durante más de una hora caminamos sin señal de
ellas, pero cuando ya estábamos a punto de rendirnos, vimos una marca en la
arena, como un enorme surco que iba desde el mar hasta una zona de matorrales. Y
al acercarnos, allí estaba nuestra amiga, acabando ya su trabajo, dando los últimos
aletazos para terminar de tapar el agujero donde había puesto los huevos. A los
pocos minutos y con mucho esfuerzo empezó a arrastrarse de nuevo al mar. Al ser
animales marinos, el trayecto de salir y entrar en la arena les supone un gran
esfuerzo, arrastrarse removiendo arena para avanza parecía un gran trabajo. Estuvimos
tentados de echarle una mano y acercarla al agua, pero tanto por su gran tamaño
y porque la naturaleza es sabia, decidimos dejarle hacer su trabajo.
Ya de vuelta a las cabañas,
encontramos otra gran tortuga saliendo del mar y de camino a los matorrales. Esta
acababa de empezar el proceso, pues aun tenía que cavar el hoyo, poner los
huevos y volver al mar, así que no la quisimos molestar con nuestra presencia y
la dejamos tranquila.
Al poco rato de caminar hacia la
zona de cabañas nos encontramos con los voluntariados que se encargan de
proteger los huevos que las tortugas ponen, así que le avisamos de las dos recién
estrenadas mamas que habían dejado sus niños a buen recaudo bajo la arena,
antes de que algún desalmado se llevara los huevos para cocinarlos (esto pasa más
de los que se cree, aun siendo un animal en peligro de extinción)
Es muy interesante todo lo que
aprendimos sobre las tortugas, pues una vez nacen, las que llegan al mar,
recorren kilómetros hasta que, cuando llegan a la edad adulta, vuelven a la
misma playa en la que nacieron a depositar sus huevos, siendo la temperatura de
la arena la que marca el sexo del animalito, cuanto más caliente esta la arena mayor
número de hembras nacen. Una vez terminada la labor vuelven al mar, dejando que
las crías nazcan y evolucionen por si solas, sin ayuda de su familia. Es por
esto que parece un milagro, y es tan importante ayudar, la reproducción de este
valiente animal y su supervivencia.
Al día siguiente, cruzamos al
otro lado de la laguna, desde a parte de algunos alojamientos y restaurantes, se
encuentran dos atractivos más, el cocodrilario, al que no fuimos porque no nos
gusta que tengan a los animales en cautividad, y el faro, al que a través de un
caminito empinado por la ladera de una colina se accede a disfrutar de unas
espectaculares vistas del parque nacional. Desde la cúpula del faro se observa,
de un lado una salvaje playa virgen, del otro la playa principal con su entrada
de agua hacia la laguna, y detrás los inmensos manglares que rodean la laguna,
y la pequeña zona de palapas que forman el pueblo. Cruzar de un lado a otro no
supone más de cinco minutos de lancha a unos 10 pesos (0,50€)
Por la tarde hicimos todo el
recorrido de vuelta a Puerto Escondido, las más de dos horas y los cuatro
transportes diferentes nos dejarían de vuelta a la civilización.
Acabábamos de visitar un paraíso de
paz y tranquilidad, de salvaje belleza natural, y lo más importante, habíamos conseguido
ver la bioluminiscencia y otra de las etapas de la vida de las tortugas marinas.
Todo el esfuerzo para llegar a esta parte del mundo, sin duda, había merecido
la pena
Nos vemos en nuestro próximo destino,
la capital del estado, Oaxaca de Juárez.
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