Viajar entre Huatulco y Zipolite
fue mucho más divertido de lo que esperábamos.
Todo empezó bien, cuando tomamos
un bus por unos 30 pesos (1,5€), que en menos de media hora nos dejaría en San
Pedro Pochutla, pero esta vez, seria en un cruce de carreteras, no en una
estación de autobuses, en medio de la nada donde se suponía que una camioneta
pasaría a por nosotros. En menos de diez minutos de espera apareció dicha
camioneta, pensábamos que con camioneta se refería a un autobús pequeño, pero
no, era una camioneta tal cual todos conocemos, cuya parte trasera estaba lonado
y con asientos a ambos lados. Acabábamos de descubrir el trasporte con el que
os moveríamos durante los próximos días. Aunque parecía que allí no cabía ni un
alfiler, nos apretamos todo lo que pudimos, unos sentados y otros de pie,
durante los incómodos treinta minutos que nos separaban de nuestro nuevo
destino.
A Zipolite habíamos viajado con
un propósito, asistir a la cuarta edición del Festival de Nudismo, pues si de
algo presume este pueblo, es de poseer la única playa nudista de todo el país.
Debido a la importancia del evento y según se comentaba en internet los
alojamientos estaban al completo, por eso fuimos previsores y reservamos una
cabañita por internet con algunas semanas de antelación. Así que lo primero que
hicimos al llegar fue instalarnos en dichas cabañas y salir a explorar el
pueblo.
Durante la semana larga que
estuvimos en Zipolite nos dimos cuenta que se trataba de un pequeño paraíso, un
lugar de esos en los que uno esta tan a gusto que se va quedando atrapado en
él, y lo que iban a ser tres días de festival se convirtieron en algo más del
doble. Cada día alargábamos un día más nuestra partida.
Y cuando hablamos de Zipolite
como paraíso no es porque tenga las playas más bonitas que hayamos visto, ni
monumento alguno que visitar, simplemente es un diminuto pueblo donde lo que te
atrapa es su agradable ambiente. Zipolite en si son dos calles paralelas al mar
y cuatro o cinco callejuelas perpendiculares, más la carretera que lo cruza.
Los alojamientos, excepto algunos pequeños hoteles, son todos sencillas cabañas
de madera, la mayoría a la orilla del mar. Los restaurantes que ofrecen desde
económica cocina oaxaqueña hasta cocina internacional, se sitúan casi todos
sobre la calle del adoquín, unos pocos metros de calle asfaltada libre de tráfico
donde se concentra casi todo el ambiente del pueblo. Lo mejor del adoquín son
sus noches, cuando decenas de artesanos de cualquier parte del mundo montan sus
paraditas para ofrecer sus trabajos hechos a mano, la gente toma cervezas y
mezcales en los bares o en la misma calle y los hippies amenizan la noche al
son de los tambores, danzas africanas, malabares con fuego y acrobacias con
hula-hops. Algunos locales ofrecen música en vivo para atraer la atención de
los pocos turistas. Este relajado ambiente hippie, junto con la única playa
nudista de México hace de Zipolite un lugar dónde perder el calendario y hacer
que el concepto del tiempo desaparezca.
Sobre la playa es exactamente lo
que esperábamos de las playas del pacífico, olas gigantes por las que se hace
muy difícil nadar sin estar pendiente de que no te lleve el mar, de hecho durante
el tiempo que pasamos allí, ni un solo día vimos quitar la bandera roja, así
que nos tocó refrescarnos en la orilla con algún que otro revolcón por la
arena.
Zipolite cuenta con tres playas,
la principal que es interminablemente larga y dos calas, una a cada extremo. La
cala del amor, situada tras una pequeña colina a ras del mar, es la más
escondida de todas, recibiendo este nombre porque tiene fama de ser testigo del
amor de algunas parejas. Nosotros pasamos allí una mañana entera y nos pareció
una playa común, pero si el río suena es porque agua lleva. También se la
conoce como la playa gay, allí se encontraba gente de todos los sexos y condiciones
sexuales. Que manía tenemos con poner etiquetas a todo, pues las playas
deberían ser libres para todo el que quiera visitarlas, sin ningún tipo de
prejuicio.
En el otro extremo del pueblo se
encuentra la playa de Shambala, una hermosa calita rodeada de rocas gigantes y
una colina donde decenas de cabañas ofrecen unas vistas espectaculares del
lugar. Además, esta colina nos regala la vista cada tarde, cuando el sol decide
ponerse muy cerca de ella, generando una de las puestas de sol más
impresionantes que hemos visto en todo el viaje, por lo que no hubo atardecer
que no estuviéramos sentados en la arena para disfrutar de tal espectáculo
natural.
En cuanto al festival nudista,
fue algo bastante curioso. En primer lugar estaba mal organizado, pues hasta el
mismísimo día no se publicó un programa oficial con todas las actividades,
horarios y lugar donde se realizarían. Nuestra mayor curiosidad era que temas
se podían tratar en el festival, ya que en España es tan natural, que hasta la
fecha no se ha hecho un festival para que, los que preferimos bañarnos
desnudos, podamos sentirnos identificados. Pero claro que para la sociedad
mexicana es algo muy novedoso, y aunque a nosotros nos pareció un reclamo turístico
y una forma de llenar hoteles durante el fin de semana, el objetivo era dar a
conocer el nudismo, promoverlo como una práctica sana, natural y totalmente
alejada de lo morboso. El problema está en que hacer un festival de este tipo
de forma pública por muy buena idea e intenciones que tengan los organizadores,
en una sociedad tan sexista y conservadora como la mexicana se acaba
convirtiendo más en un foco de mirones, morbosos y concentración de alto
porcentaje de visitantes que viene con objetivos sexuales. Es una pena que lo
que debía ser una convención de personas con este estilo de vida acabe siendo
una continuidad de faltas de respeto a la intimidad personal, y en muchos casos
a la degradación de la mujer por el simple hecho de ir como más natural se
sienta.
Pero fuera de estas críticas que esperamos
se irán solucionando con el paso de los años, pues la sociedad ira aceptando el
nudismo como algo respetable, se dejará de objetivizar el cuerpo femenino y los
organizadores irán aprendiendo a promover sus objetivos de forma más efectiva,
queremos centrarnos en la parte positiva y divertida del festival.
Durante las tres noches que duro
hubo instalado un escenario en la arena, donde tocaban grupos de música en vivo
y la gente bailaba y bebía hasta bien entrada la noche. Cabe decir que al
inicio del baile habíamos unos cuantos (pocos) nudistas, pero que la presión de
la mayoría de asistentes vestidos hacia que todos nos pusiéramos la ropa.
Entre las actividades hubo una inauguración
con bailes regionales oaxaqueños, nada que ver con la sintonía del festival, promovían
la culturalidad del lugar. Durante las mañanas se hacían clases de yoga al
desnudo en la playa, actividad que nos habría encantado disfrutar pero después de
las noches de fiesta no era fácil asistir a las ocho de la mañana. A la que si
asistimos fue a la sesión y desfile de body painting, donde las organizadoras
pintaban a todo el que se acercara, en cualquier parte del cuerpo con el diseño
que cada uno eligiese. Una vez estuvimos todos pintados hicimos un desfile en
la pasarela del escenario donde enseñamos el arte plasmado en carne y nos
animamos a bailar. Ese mismo día había una ceremonia de compromiso para
parejas, que fue anulada porque a causa de la mala organización en horarios se
solapo con el body painting y nadie asistió.
El último día asistimos al
temazcal nudista, una tradicional sauna prehispánica, donde se vierten hierbas
medicinales y agua sobre piedras al rojo vivo, la mezcla de vapor y humo
penetra en los poros abiertos por el sudor, generando beneficios naturales para
el organismo. Durante las diferentes sesiones de vapor se cantan himnos prehispánicos
en agradecimiento a los dioses, al agua, a las piedras y al fuego. Dejando de
lado los beneficios terapéuticos, la sensación que se vive es bastante intensa,
pues el extremos calor, la falta de oxígeno, los olores y el intenso sudar te
abre el pecho y te lleva la mente a un nivel de meditación. Una vez que sales
del temazcal vas directo al mar, al poner contacto con el agua te devuelve a la
realidad, pero en un entorno de relajación muy agradable. Si alguna vez tenéis
la oportunidad de asistir a un temazcal no os lo penséis dos veces, se generan
nuevas sensaciones y un increíble bienestar.
Para finalizar con el festival,
hubo una foto oficial a la que nosotros no asistimos, pues estábamos un poco
aburridos de los mirones, y el temazcal nos había dejado sin fuerzas.
En resumen, nos parece genial la
idea de promover el nudismo en México a modo de festival, pero creemos que
falta mucho por aprender por parte de la organización, para que los nudistas se
sientan cómodos participando en él.
Una vez acabo el festival nos
mudamos de cabaña pues donde estábamos era muy caro y no estaban a pie de
playa. Pasamos de pagar 400 pesos (20€) a 250 (12,5€) para tener una humilde
cabañita en la misma arena de la playa y el adoquín por la puerta de atrás. Ahora
sí, el pueblo había quedado semivacío, había vuelto a la tranquilidad con que
lo conocimos el primer día, así que decidimos quedarnos para disfrutarlo. Claro
está que nuestra vena exploradora nos hizo movernos a otros lugares para conocer
los alrededores, en especial el vecino pueblo de Mazunte.
Algo más grande que Zipolite,
repleto de lugares más occidentales, restaurantes vegetarianos, escuelas de yoga y meditación y precios más elevados, así
es esta hermosa población. Su playa principal protegida por la bahía tiene sus
aguas mucho más relajadas, por lo que bañarse es mucho más apetecible. Esto no
pasa con las playas de los extremos, donde las olas son igual o más fuertes que
en Zipolite. Por un lado está la playa de San Agustinillo, un pequeño barrio
pesquero donde se huele el pescado recién sacado del mar y cortado a orilla de
la playa. Si uno anda en dirección Zipolite, la playa se vuelve mucho más
virgen hasta llegar a un punto donde se puede estar solo y disfrutar de toda la
playa para uno mismo.
Del otro lado del pueblo, cruzando la colina del
cementerio, se encuentra la playa Mermejita, totalmente virgen y solitaria,
rodeada de altos acantilados, un lugar perfecto para disfrutar de una bonita
puesta de sol.
Entre Mazunte y Playa Mermejita
se encuentra Punta Cometa, una enorme lengua de tierra y roa que se adentra en
el mar, formando preciosos acantilados, piscinas naturales marinas y una
pequeña e ideal playa solitaria por su difícil acceso. Nosotros caminamos por
todo el sendero que lleva al final de Punta Cometa y bajamos por un estrecho y
empinado sendero que da a un lugar llamado el jacuzzi. Rodeado por las altas
paredes del acantilado, una piscina natural con una estrecha salida al mar, por
donde las olas mas fuertes se cuelan, generando un remolino y un montón de
espuma que lo hacen parecer a un verdadero jacuzzi. Allí estuvimos bañándonos y
jugueteando con el remolino hasta que Carlos piso un erizo por lo que dedicamos
la tarde a sacarle espinas del pie.
Pero nuestro mejor día en Mazunte
fue cuando hicimos el tour en lancha. Algo que no esperábamos poder hacer, fue
navegar durante tres horas por el pacífico en busca de fauna marina. Y tuvimos
bastante suerte, pues a los quince minutos de empezar el tour dos gigantescas y
oscuras ballenas pasaron delante de nuestra embarcación, dejando ver sus
espaldas y sus enormes colas. El resto del tour lo pasamos viendo diferentes
tipos de tortugas marinas, incluso tuvimos la suerte de poder bañarnos con dos
de ellas, que al estar en pleno acto sexual se mantenían a flote. Vale, si,
mirar cuando alguien tiene sexo está mal… ¡pero eran tan bonitas! Y a ellas no pareció
incomodarles nuestra presencia.
Ya casi al terminar el tour nos
encontramos con un grupo de alrededor de diez delfines. Les seguirnos varias
veces y cuando estábamos cerca Carlos saltaba al mar para poder nadar con
ellos, pero estos, asustados, desaparecían para reaparecer en algún lugar
opuesto al que estábamos. Así que no tuvo la suerte de verlos pasar bajo el
agua, pero si que nos parecieron preciosos al verlos juguetear saltando entre
las olas. Al finalizar el tour hicimos algo de snorkel, pero no vimos nada que
no hubiéramos visto hasta ahora, preciosos corales y preces, muchos peces.
Un lugar cerca de Zipolite que
nos perdimos fue Puerto Ángel, un pequeño pueblo pesquero al que nos
recomendaron ir con el único objetivo de comer pescado fresco económico. Parece
que el pueblo en si no es muy bonito y que huele mucho a pescado, pero que para
comer está bien. Nosotros sustituimos esta visita por un humilde pero delicioso
restaurante de Zipolite que expone el pescado entero, fresquísimo, en bandejas
donde uno elige que pieza pasara por la parrilla una vez limpiada en frente de
nosotros. Elegimos un atuncito que fue más que suficiente para los dos, servido
con una patata asada rellena de crema, ensalada y arroz, un par de cervezas,
todo ellos por 210 pesos (10,50€). Con estos precios, darnos pequeños
caprichitos que no entran en el presupuesto se hacen irresistibles.
Y así pasamos los días, tomando
el sol como vinimos al mundo, revolcados por las olas del mar y saciando
nuestro paladar. Por eso decimos que salir de Zipolite fue toda una odisea, pues el “un día más, una
puesta de sol más” parecía interminable.